viernes, 7 de agosto de 2015

El amante de la China del Norte - Marguerite Duras



Una casa en medio de un patio de escuela. Está completamente abierta. Parece una
fiesta. Se oyen valses de Strauss y de Franz Lehar, y también Ramona y Noches de
China que salen por ventanas y puertas. El agua chorrea por todas partes, dentro, fuera.
Lavan la casa a raudales. La bañan así dos o tres veces al año. Boys amigos y niños de la
vecindad han ido a mirar. Ayudan con grandes chorros, lavan, el embaldosado, las
paredes, las mesas. Mientras lavan, bailan con música europea. Ríen. Cantan.
Es una fiesta viva, feliz.
Es la madre, una señora francesa, quien toca al piano la música en una habitación
contigua.
Entre los que bailan hay un joven, francés, guapo, que baila con una chica muy joven,
francesa también. Se parecen.
Ella es la que no tiene nombre en el primer libro ni en el que lo había precedido ni en
éste.
El es Paulo, el hermano pequeño adorado por su joven hermana, la misma a la que no se
nombra.
Otro joven llega a la fiesta: es Pierre. El hermano mayor.
Se sitúa a unos metros de la fiesta y la mira.
Largo tiempo la mira.
Y luego lo hace: aparta a los pequeños boys que huyen asustados. Avanza. Alcanza la
pareja del hermano pequeño y la hermana.
Y luego lo hace: coge al hermano pequeño por los hombros, lo empuja hasta la ventana
abierta del entresuelo. Y, como si le obligara a ello un deber cruel, lo tira afuera como lo
haría con un perro.
El hermano pequeño se levanta y sale huyendo, grita sin palabra alguna.
La joven hermana le sigue: salta por la ventana y le da alcance. El se ha tumbado junto
al seto del patio, llora, tiembla, dice que prefiere morir a eso... eso ¿qué?... Ya no lo
sabe, lo ha olvidado ya, no dijo que era el hermano mayor.
La madre está otra vez al piano. Pero los niños de la vecindad no habían vuelto. Y los
boys habían dejado a su vez la casa abandonada por los niños.
Ha llegado la noche. Es el mismo decorado.
La madre sigue allí donde hubo la «fiesta» de la tarde.
El lugar está otra vez en orden. Los muebles están en su sitio.
La madre no espera nada. Está en el centro de su reino: esa familia, apenas entrevista.
La madre ya no impide nada. Ya no impedirá nada.
Dejará que se haga lo que deba ocurrir.
Y ello a lo largo de la historia que aquí se cuenta.
Es una madre desalentada.
Es el hermano mayor quien mira a la madre. Le sonríe. La madre no le ve.
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